Lucia. “La negra” o “La flaca” según el amigo que a ella se refiriera. Compañera de Grupo de Viaje. Amiga de los años de estudiante. Docente rigurosa y responsable. Algo “volada” para algunos. Discutidora empedernida, para otros.
Pero muy especialmente, compañera querida, siempre dispuesta al consejo sensato.
Suave y amable en el trato, componedora en los desacuerdos ajenos, se mostraba no obstante, convincentemente comprometida y apasionada cuando de argumentar sobre sus convicciones se trataba.
Etérea, “la flaca” de rulos negros, deambulaba con caminar leve y sonrisa amplia, sostenida por el acero de su fortaleza interior.
No dejo nunca de considerar a la Facultad “su lugar”. Durante 16 años participo de los diferentes colectivos que se fueron conformando al interno de un Taller. Casi la mitad de esos años luchó encarnizadamente con su enfermedad de la cual muy poco le gustaba hablar.
Positiva y emprendedora, nunca dejo de tener proyectos. Siempre mirando hacia delante, supo ser consuelo de muchos, compañera de bromas, alentadora de desafíos.
Se empeñaba en hacernos olvidar su propia pelea. Y lo lograba. Tanto que hoy, con incredulidad, cuesta reaccionar. Cuesta no pensar que en cualquier momento aparecerá nuevamente, sonriente, comentando que fue un mal momento ya pasado, que todo vuelve a estar bien, dispuesta a sumarse al equipo para lo que haga falta.
Mañana será el primer día de la ausencia física de Lucía. Y siempre será “mañana” porque se hace irreal aceptar que ya no esté.
Y porque seguramente, así seguiremos sintiendo su imperecedera presencia, ocupando el lugar que se ganó en todos los que tuvimos la enorme fortuna de conocerla: por su calidad humana y profesional, por sus cualidades docentes, por su increíble fortaleza y su indiscutible condición de “buena gente”.
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