A un año,
entro en el ejercicio de preguntarme: ¿Qué me dejó? ¿Qué nos dejó? Y me abstengo de nuestro relato de amistad,
porque es personal e intransferible y para mí todavía muy doloroso, buceo entonces por mi memoria sabiendo que
esas dos preguntas están llenas de respuestas.
Me dejó la
curiosidad por las cosas, el desparpajo y la convicción de formarse más allá de
lo formal. La paciencia con que exponía sus convicciones sabiendo que las
mismas en “esas épocas” eran vistas con sospecha y en muchos casos con una
mirada burlona entendible. Nos llevaba a lugares muy distintos, nos hacía
abrazar árboles, hacer figuras en el cielo o aprender a apreciar el
silencio. Tenía un mundo paralelo al que
no renunciaba y seguramente fue una adelantada, porque si pensamos en la
estructura universitaria, aún hoy genera mucha sospecha andar por ahí
repartiendo magia y alegría, contacto con todo lo que trabajamos, respeto a la
naturaleza, al entorno.
Tenía la
capacidad de no rendirse, sabía a lo que se exponía cada vez que nos invitaba a
una de sus experiencias, entendía que nosotros (casi todos) no podíamos hacerlo
solos, así que nos educaba con compasión. Cerrábamos los ojos como ella nos
pedía, y comenzábamos a girar, nos deteníamos, caminábamos sin saber a dónde y
sus palabras guiaban nuestros titubeantes pasos invitándonos a apelar a los
sentidos. “Huelan, toquen, sientan…” Los alumnos la seguían, porque además de
aprender era siempre un gozo escuchar sus ganas de enseñar y de vivir el aquí y
ahora.
¿Qué me
dejó? Una mente más abierta, el gozo de las charlas compartidas.
¿Qué nos
dejó? La necesidad de arriesgar, de dar un salto y exponernos cuando nuestra
convicción nos lleva por caminos que la intuición guía, sin importar los obstáculos, porque ellos son sólo mojones que nos ayudan a fortalecer nuestras
ideas. Si vivimos nuestra profesión y nuestras vidas desde un lugar de confort, nosotros los docentes y los
estudiantes más que nada, no provocaremos los cambios necesarios para estar a
la altura de los nuevos desafíos.
Inés vos
sabés que a mí también me costaba, quizás por eso te empeñaste en adoctrinarme
y tuviste la ternura de no escucharme.
Luis Zino